La escasez, concluye, en una frase lapidaria, que existe ” la necesidad de que le de evocar la ley de borde de los salarios desprendida de las enseñanzas de los clásicos ingleses y, sin embargo, estos “muertos” y estos “subalimentados” no dejan de tener un parecido con los niños y mujeres que poblaban las empresas textiles de Arkwright y de Sir Robert Peel. Karl Marx no vio el problema de la escasez puesto que creía que era inherente al sistema capitalista y desaparecería con él. “Según Marx, la Revolución que creía próxima no iba a ser simplemente la heredera de una bancarrota y, al transformar las relaciones de producción, el proletariado estaría pronto capacitado para absorber esta escasez social en el seno de una sociedad nueva. La verdad iba a aparecer posteriormente cuando se vieran nacer en la sociedad socialista nuevas contradicciones, consecuencia de la gigantesca lucha emprendida contra la escasez”.
La capacidad de producción de un país en un momento dado está a la vez orientada hacia el consumo y hacia la inversión. Al emplearse a plena capacidad todos los factores de producción resulta imposible aumentar la inversión sin reducir el consumo, al menos a corto plazo. Francois Perroux, comparando el capitalismo histórico y el socialismo histórico, escribe: “Ninguna economía puede elevar la inversión de un período sin reducir el consumo y supuesto que todas las inversiones sean productivas no puede elevar el nivel de vida de las generaciones posteriores a menos que imponga un sacrificio al consumo presente posible. Una economía no puede ampliar sin plazo alguno y a su antojo los recursos disponibles, es decir, no puede escapar al principio del reparto económico, ante las crecientes tareas, de los recursos limitados, durante un período”.’
Las economías capitalistas pudieron dar preferencia a la inversión sobre el consumo, puesto que los empresarios tuvieron la posibilidad de pagar unos salarios de hambre a una mano de obra abundante y desorganizada. La estructura del mercado de trabajo dejaba a los oferentes de trabajo en manos de los demandantes.
Los clásicos ingleses explicaron que la tasa de salarios tendía a ceñirse al nivel mínimo de subsistencia requerido por el obrero. La gran desigualdad de las rentas que surgía a consecuencia de esta situación frena la demanda de bienes de consumo y aumentaba la capacidad de ahorro de los propietarios del capital. Este ahorro era utilizado para financiar inversiones, es decir, para comprar máquinas y construir fábricas. De este modo los recursos se orientaban “libremente” sin intervención estatal hacia la fabricación de equipo nuevo. La asignación de los recursos estaba regida por los mecanismos del mercado libre y la desigualdad de las rentas permitía que esta asignación se realizará en beneficio de la acumulación de capital. Se aumentaba, de período en período, la capacidad de producción del país a costa de una reducción o de un no aumento del consumo obrero. De ahí puede deducirse que una menor desigualdad, que habría permitido al proletariado beneficiarse de un volumen salarial mayor, habría frenado inevitablemente el ritmo de acumulación del capital. Menos miseria en una época determinada, o dicho de otra forma, más justicia social, habría frenado el ritmo de industrialización y por lo tanto la capacidad global de producción.
Keynes no dice otra cosa cuando escribe, en su obra Las consecuencias económicas de la paz, publicada en 1920: Europa (del siglo XIX) estaba organizada la estructura social orientaba una gran parte del aumento de renta hacia la clase social menos susceptible de consumirla. En realidad, era precisamente esta desigualdad en la distribución de la riqueza lo que hizo posible esta amplia acumulación del capital fijo y el progreso técnico que fueron los rasgos distintivos de esta época. Esta es la justificación esencial del régimen capitalista.
Los soviéticos no hicieron otra cosa sino sacrificar el consumo inmediato de las masas con el fin de construir más rápidamente el equipo industrial de la U.R.S.S. En vez de dejar a una “ley de bronce” más o menos automática el cuidado de distribuir la renta nacional, el Estado distribuyó imperativamente los recursos y la renta nacional con la ayuda de un plan imperativo.

El comunismo, se ha dicho, sacrifica el bienestar de las generaciones presentes en beneficio del bienestar de las generaciones futuras. No hay nada más exacto a partir del momento en que, partiendo de un bajo nivel de desarrollo, un país adquiere los medios de industrializarse rápidamente. El capitalismo del siglo xix y el colectivismo soviético de la primera mitad de este siglo quemaron, ambos, las etapas de la industrialización. El primero realiza sus objetivos con la ayuda del “mercado libre”, el segundo con la ayuda de un plan autoritario. El mismo proceso de acumulación del capital se efectuó, en ambos casos, a costa de restricciones impuestas a las clases trabajadoras. Se alcanzaron los mismos objetivos de potencia industrial a través de medios radicalmente opuestos. Ésta es una de las paradojas fundamentales de la actividad económica que queremos subrayar: el “liberalismo” económico y la “planificación” totalitaria pueden llevar a las mismas consecuencias globales por lo que respecta al volumen de inversión y de consumo.
Admitiremos, sin embargo, que el colectivismo dispone de medios de distribución más equitativa de la renta nacional que el mercado libre. Pero la eliminación de los privilegios no cambia ni un ápice las restricciones que impone al consumo una inversión relativamente importante y creciente. Una vez superadas las primeras etapas del desarrollo industrial, las contradicciones que acabamos de mencionar se atenúan, pero continúan subsistiendo. A pesar de las causas fundamentales de desigualdad, se produce un aumento general del nivel de vida debido al crecimiento de la productividad. Este aumento del nivel de vida se halla mejor o peor distribuido según las políticas adoptadas por el Estado en los dos sistemas. La legislación social y el derecho del trabajo, por ejemplo, fueron modificando las reglas del juego capitalista a medida que quedaba atrás la fase del “laissez faire” de la revolución industrial. No hay que decir que acabamos de ofrecer un análisis que no justifica ningún sistema particular y que traduce solamente la preocupación por comprender los mecanismos esenciales de la acumulación de capital fijo.
“La inmensa acumulación de capital fijo que, en beneficio de la humanidad, se realizó durante la segunda mitad del siglo xix no habría sido nunca posible en una sociedad donde la riqueza hubiera estado repartida de manera equitativa. Los ferrocarriles de todo el mundo que se construyeron en esta época, como un monumento a la posteridad, no fueron otra cosa, como las pirámides de Egipto, que el trabajo de una mano de obra que no era libre de consumir para su satisfacción inmediata contrapartida completa de sus esfuerzos” Lo que fue cierto en este orden de cosas de 1850 a 1900 lo fue, a fortiori, de 1800 a 1850,y tenemos fundadas razones para confiar en el juicio de Keynes, quien, sí ha sido el autor de una revolución en el análisis económico, jamás puso en entredicho las estructuras sociales a las que indirectamente rinde homenaje en el párrafo que acabamos de citar.
