China supo reconfigurar el mercado tras el lanzamiento de uno de los más ambiciosos proyectos económicos.

Desde su lanzamiento en 2013 por el presidente chino Xi Jinping, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida popularmente como la “Nueva Ruta de la Seda” reconfiguró las dinámicas del comercio global y las relaciones económicas entre China y los mercados emergentes.
Con una inversión estimada de más de un billón de dólares en infraestructura, logística y financiamiento, este prometió ser un proyecto de impacto profundo en economías en desarrollo, fomentando el crecimiento y la conectividad. Y lo fue. Pero también generó controversias sobre la sostenibilidad de la deuda y la influencia geopolítica china.
El ambicioso proyecto con impacto global
La Nueva Ruta de la Seda se está compuesto por dos grandes ejes: la Franja Económica de la Ruta de la Seda, que conecta a China con Asia Central, Europa y Medio Oriente a través de redes terrestres; y la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI, que facilita el comercio marítimo con el Sudeste Asiático, África y el Mediterráneo.
En ambas franjas, los corredores están respaldados por grandes inversiones en puertos, ferrocarriles, carreteras, parques industriales y telecomunicaciones, con el objetivo de mejorar la integración económica y fortalecer la posición de China en el comercio internacional.
Pero también, las economías en desarrollo se vieron beneficiadas con este nuevo programa. Países de Asia, África y América Latina recibieron financiamiento para infraestructuras de gran relevancia para el crecimiento de su economía.
Pero ante este escenario de beneficios se plantea una preocupación: la dependencia del financiamiento chino sobre la sostenibilidad de la deuda. Algunos países sufrieron lo denominado “trampas de deuda”, donde la incapacidad de pagar los préstamos los llevó a concesiones estratégicas, como el caso del puerto de Hambantota en Sri Lanka, que fue cedido a China bajo un arrendamiento de 99 años.
Esta situación impulsó el escepticismo de los organismos financieros internacionales y llevó a un incremento del análisis más puntillosos de los términos de los acuerdos de financiamiento.
En este sentido, el especialista financiero Fernando Boudourian indica que “los mercados emergentes presentan grandes oportunidades”, pero también algunos desafíos.
En este sentido, Estados Unidos y la Unión Europea expusieron sus preocupaciones sobre la falta de transparencia en los acuerdos y el riesgo de que los países beneficiarios queden atrapados en relaciones de dependencia económica con Beijing.
De esta cuestión, surgieron iniciativas alternativas, como el programa “Build Back Better World” (B3W) impulsado por el G7, para ofrecer financiamiento a proyectos de infraestructura con estándares más estrictos.
Por su parte, India y Japón lanzaron y replantearon sus propios proyectos de conectividad regional, impulsando inversiones estratégicas para contrarrestar la influencia china. En África, la competencia entre China y Occidente por el control de recursos naturales y rutas comerciales se profundizaron, con implicaciones significativas para la política global.
Ante este panorama, hubo efectos en el mercado internacional. La Nueva Ruta de la Seda aceleró la globalización y el intercambio comercial entre Asia, África y Europa. La mejora en infraestructura redujo costos logísticos y tiempos de transporte, beneficiando a empresas multinacionales y mercados emergentes por igual.
También, impulsó la expansión del yuan como moneda de referencia en acuerdos bilaterales, fortaleciendo el papel de China en el sistema financiero global. Sin embargo, la volatilidad económica y los desafíos regulatorios en algunos países generar incertidumbre ante este modelo.
Asimismo, el aumento de las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos también impactaron en el desarrollo de la BRI, ya que Washington impulsó restricciones a las tecnologías chinas.
Ante este panorama, el futuro de la BRI dependerá de múltiples factores, incluyendo la capacidad de China para gestionar las preocupaciones sobre la sostenibilidad de la deuda y la gobernanza de sus proyectos.
También, el impacto de la inteligencia artificial, la digitalización y la automatización en la logística global podría redefinir las prioridades este modelo económico, haciendo foco en la infraestructura física hacia el comercio digital y la conectividad tecnológica.
Lo cierto es que la Nueva Ruta de la Seda es un modelo central en la estrategia de expansión económica de China y un motor clave para el desarrollo de los mercados emergentes.
