La industrialización del Japón

La historia de la industrialización del Japón nos ofrece otro ejemplo característico de desarrollo capitalista en el que el papel del Estado fue predominante. Sobre este punto existen varios rasgos comunes entre Rusia y Japón, pero la clase dominante japonesa que hizo la revolución Meiji supo aprovecharse mejor del hundimiento del sistema feudal que la clase dominante rusa. Veremos, efectivamente, que el gobierno Meiji fue capaz de destruir las estructuras institucionales del feudalismo que bloqueaba el inicio de la industrialización, a la vez que de conservar las “ventajas” económicas de una desigualdad social propia del régimen feudal. Por otra parte, el espíritu de empresa y la facultad de adaptación de las técnicas extranjeras estuvieron más extendidos en Japón que en Rusia. La innovación pública arrastró la innovación privada, suscitando, ayudándola, pero esta última no se encontró tanto a faltar como en Rusia, lo que no es una diferencia de poca monta. Tanto Japón como Rusia se beneficiaron de las aportaciones extranjeras, pero, al contrario de lo sucedido en Rusia, en Japón el extranjero no sustituyó a la iniciativa nacional.

Recordemos primeramente las circunstancias de la revolución Meiji y las consecuencias de la reforma agraria que siguió a la abolición del feudalismo. Veremos luego cómo el Estado preparó y orientó el proceso de industrialización y examinaremos por fin el ritmo de crecimiento de la economía japonesa. 

La revolución Meiji y la abolición del feudalismo

El advenimiento de la era Meiji 

Los inmovilismos de las estructuras sociales feudales eran todavía mucho mayores en Japón que en China. Desde 1192 el poder pertenecía de hecho al Shogun y no al emperador, que había sido desposeído por una casta de grandes propietarios rurales. La familia Tokugawa reinó por vía hereditaria sobre el Shogunato desde 1603 a 1868. Una cuarta parte del territorio nacional pertenecía al cabeza de familia Tokugawa; el resto del territorio era propiedad de los señores (daimios). El feudo de los señores era reconocido por el “Bakufu” (gobierno del shogun), pero éstos debían, a cambio, una fidelidad total a los Tokugawa. Estos daimios tenían el poder absoluto en sus dominios, incluido el derecho de la vida y de la muerte. 

Por debajo del señor del que dependían venían en primer lugar los samurais (militares), luego los comerciantes, los industriales y los agricultores. Estaba prohibido cambiar de profesión y de domicilio; se era samurai o agricultor de padres a hijos. No sólo la movilidad social era nula, sino que ni siquiera se podía cambiar de oficio. Al estar la estructura social estrictamente congelada no era posible ningún proceso de desarrollo industrial. Era necesario previamente que existiese un mercado de trabajo para que las nuevas empresas pudiesen encontrar la mano de obra que les era necesaria. Esta precondición del crecimiento y del desarrollo se consiguió con la Revolución de 1868. De hecho, el advenimiento de la era Meiji fue a la vez una restauración del poder imperial y una revolución de las estructuras políticas y sociales bajo la presión extranjera. China se había visto obligada por Inglaterra a abrir sus puertos al comercio exterior a raíz de la “guerra del opio” que terminó con el tratado de Nankin, en 1842. 

Los países europeos y los Estados Unidos buscaban nuevos mercados en Extremo Oriente, enfrentándose con el Japón, cuyos puertos estaban cerrados a los occidentales. Cuando en 1846 los Estados Unidos ampliaron su territorio hasta Oregón y, luego, en 1848, hasta California, teniendo por tanto salida directa al Pacífico, empezaron a interesarse por el comercio con China. En su camino se encontraron con el Japón, todavía cerrado a toda influencia occidental. El gobierno japonés había rehusado recibir una misión comercial americana. Se mandó entonces a almirante Perry con su escuadra para transmitir un mensaje del presidente de los Estados Unidos al shogun. Perry llegó a la bahía de Yedo el 8 de julio de 1853 lo que ya representaba una violación de las leyes japonesas. Partió disparando algunas “salvas de honor” destinadas a ejercer un efecto psicológico y volvió en marzo de 1854 con una escuadra algo más ponderosa. Se firmó un primer tratado el 31 de marzo de 1854: dos puertos nipones fueron abiertos al comercio americano y otros cinco lo iban a ser en los años venideros. Entre 1854 y 1859, Inglaterra, Rusia, Holanda Estados Unidos. Pero mientras China se encerraba en su particularismo y sus tradiciones se podría obtener de estos nuevos contactos con Occidental. Nacía así una comen reformista y nacionalista. Fue alrededor del emperador donde primeramente se plasmó una reacción nacionalista, dirigida contra el extranjero y contra el shogun, quien, al negociar, ofenden contra una consigna la “dignidad nacional”. De esta manera toda la oposición se une para unirse.

A raíz de las peripecias que enfrentaron los daimíos a los extranjeros, algunos bombardeos de represalia franceses y americanos persuadieron al emperador de la imposibilidad de excluir a los extranjeros. El 24 de noviembre de 1864 se vio obligado a firmar un tratado por el cual el Japón perdía su autonomía aduanera comprometiéndose a no fijar unos aranceles superiores al 5% ad valoren hasta 1899.Una vez que el partido imperial abandonó para siempre el partido anti extranjero, su objetivo fue el de restaurar el poder del emperador. Esto se realizó tras el advenimiento de Mutsu Hito el 30 de enero de 1867. El nuevo emperador no tenía más que 14 años y los grandes daimios del sudoeste (los de Satsuma, Chosu, Tosa y Hizen) se unieron para derrotar a la familia Tokugawa. El 3 de enero de 1868 un decreto imperial puso fin al shogunato. Pero fue sólo después de una lucha armada cuando la partida fue definitivamente ganada por el emperador y su partido en junio de 1869. Al haber recibido las occidentales seguridades con respecto a las intenciones del nuevo gobierno, apoyaron al ejército de los daimíos del sudoeste en su lucha contra el shogun. El gobierno imperial decidió entonces para dejar bien clara su voluntad de cambio elegir una nueva capital: Tokio, y bautizar el reinado del nuevo emperador con el nombre de Meiji, o sea, “gobierno iluminado”. Nos hallamos pues muy lejos de una revolución popular y más cerca de una revolución palaciega. Pero la nueva clase que ocupaba el poder sabría poner en marcha el aparato económico, empezando por abolir las estructuras feudales y asumiendo luego las iniciativas que habrían de conducir a la inversión y a la formación profesional. En medio siglo el Japón iba a pasar del estadio de país feudal y agrícola al rango de gran potencia capitalista. Veamos cuál fue el camino seguido.

La abolición del feudalismo y la reforma de la imposición rústica

El gobierno Meiji era en primer lugar conservador y estaba más preocupado por la grandeza nacional que por el progreso social. Deseaba construir una economía moderna indispensable a la potencia política en un mundo librado al progreso técnico. La emancipación de los campesinos no estaba encaminada primordialmente a aumentar su bienestar sino a aumentar su eficacia como mano de obra. Los Meiji no modificaron su miserable nivel de vida.

El problema que había que resolver era el siguiente: para conseguir sus objetivos económicos el gobierno tenía necesidad de recursos financieros; los obtuvo de la principal actividad del país: la agricultura. Sin embargo, a pesar de la abolición de fueron los grandes propietarios sino los pequeños campesinos, La reforma fue restituyeron sus tierras y sus habitantes al emperador. 

El 29 de agosto de 1871 fueron abolidas las distinciones de clase y todos los ciudadanos proclamados iguales ante la ley. A partir de entonces los ex daimios tuvieron que residir en Tokio recibiendo una pensión igual a la décima parte de las rentas de sus antiguas tierras anexionadas al dominio imperial. Los samuráis perdieron sus privilegios y su empleo militar pero el Estado les pagó una pensión. Se modificó el régimen de propiedad agrícola, pero también el régimen impositivo rústico. Esta doble reforma se realizó en detrimento de los pequeños agricultores y en beneficio de los propietarios. En 1872 el gobierno distribuyó títulos de propiedad individual a los grandes propietarios o a aquellos que poseían los medios de adquirir unas tierras. La mayoría de los campesinos no recibieron ningún derecho de propiedad y continuaron pagando un fuerte censo a los nuevos propietarios. Los más pobres continuaron siendo aún durante mucho tiempo los más explotados y esta situación de dependencia se vio reforzada con la modificación del régimen fiscal.

A partir de 1873, los propietarios rurales tuvieron que pagar un impuesto calculado sobre el valor de la tierra y no ya sobre el valor de la cosecha. Este impuesto exorbitante representaba en realidad la tercera parte del valor de la cosecha, es decir, el 3% del precio del terreno. Este impuesto sobre las tierras era pagadero en dinero y no en especie. Con el alza de precios que acompañó los desórdenes interiores y la guerra civil (revuelta de los samurais) de 1877-1881, la carga real de los propietarios rurales fue reduciéndose progresivamente. Pero éste no fue el caso de los pequeños campesinos, que continuaban pagando a sus propietarios censos en especie. Los pequeños campesinos proporcionaban indirectamente al Estado la base de sus recursos. Esto explica el estallido de un gran número de insurrecciones campesinas durante los primeros años de Meiji.

El gobierno transformó posteriormente los derechos feudales en papel del Estado a un interés del 7 al 10%. De este modo, 400.000 familias recibieron un paquete de títulos negociables que muy pronto se devaluaron debido al alza de precios, mientras que la carga fija de la deuda se iba reduciendo. Los portadores de estos títulos (samurais y ex feudales) se vieron a menudo en la necesidad de venderlos, puesto que no podían vivir con los intereses que pagaban. Los “bancos nacionales” fueron autorizados en 1876 para emitir billetes a cambio de estos títulos. En junio de 1876 existían cuatro bancos nacionales, y en 1879 su número alcanzaba a 139. Estas ventas de títulos y el pago del impuesto rústico en moneda contribuyeron a extender rápidamente la economía monetaria.

Las consecuencias económicas de las reformas y de la inflación

Reforma agraria, conversión de los derechos feudales e inflación tuvieron consecuencias fáciles de percibir y que fueron favorables al desarrollo económico. Se efectuó una verdadera redistribución de la fortuna y de la renta nacional a favor del Estado, de los grandes propietarios de tierras y de los comerciantes en detrimento de los pensionistas y de los pequeños campesinos. La política deflacionista de Matsukata de 1881 a 1885 terminó con este proceso articulado más o menos voluntariamente por el Estado. Este último, que participaba de los beneficios de la operación, tuvo el mérito de orientar este “excedente” hacia inversiones productivas, tal como lo veremos posteriormente. Así pues, la gran masa de la población campesina representó una reserva de mano de obra a bajo precio de la que echaron mano con profusión las nuevas empresas industriales. Las familias pobres mandaban a sus hijos a las fábricas para obtener unos ingresos adicionales. La presión demográfica no hizo sino agravar la situación social de los trabajadores, pero aumentó la flexibilidad del mercado de trabajo en beneficio de los fabricantes. El gobierno Meiji fomenta el crecimiento de la población luchando contra las causas de mortalidad (creación de un servicio sanitario público; desarrollo de la higiene; formación de médicos). Los hombres que se hallaban en el poder habían comprendido que el número era un factor de poder político y militar. La población total de Japón pasó de 34.800.000 habitantes en 1872 a 43.850.000 en 1900 y a 89.270.000 en 1955.

En la primera fase de la industrialización, los campesinos permanecieron demasiado pobres para poder comprar los nuevos productos manufacturados y especialmente los textiles. Fueron demasiado explotados por el sistema para ofrecer a la vez una fuerza de trabajo barata y un nuevo Mercado. Pero la industria japonesa encontró rápidamente salidas en los mercados exteriores, gracias a los salarios anormalmente bajos en relación a los de los países occidentales. El coste de producción japonés era inferior al de sus competidores occidentales. También es cierto que Japón llevó a cabo, a fines del siglo xix, una política de dumping.

Las exportaciones japonesas se vieron también fomentadas por una depreciación de la moneda en el mercado mundial. La moneda se basaba entonces en un patrón plata, y esta depreciación tuvo los mismos efectos que una devaluación. Sólo a partir de 1897 el Japón adopta un patrón oro. La propensión a exportar se veía reforzada por la necesidad de importar máquinas extranjeras con el fin de desarrollar su industria. Su victoria en la guerra con China, en 1894-1895, reportó al gobierno japonés una indemnización a cobrar en libras esterlinas y en oro de 310 millones de yenes. Ésta es la razón que ha permitido escribir a un economista japonés que “guerras sucesivas y victoriosas fueron, también, un importante factor de industrialización rápida del Japón”” El imperialismo militar ha sido siempre, hasta la segunda guerra mundial, un rasgo predominante de la política japonesa. Vino ya a marcar los primeros esfuerzos del Estado con vistas a industrializar el país después de la revolución Meiji.

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