Los comienzos del sindicalismo obrero

En Inglaterra

Los comienzos del sindicalismo, en Inglaterra y en el Continente, fueron el resultado de varios movimientos que no siempre estuvieron vinculados con el desarrollo del maquinismo. En una primera etapa, las uniones y asociaciones obreras defenderán las guiadas y corporaciones de oficios que limitaban la función empresarial, pero protegían a la mano de obra. Los reglamentos consuetudinarios determinaban las condiciones del aprendizaje y la importancia relativa del número de aprendices con respecto al número de obreros en cada oficio. En Inglaterra, el Statute of Artificers de 1563 ofrecía garantías cuyo carácter maltusiano se hizo patente a partir del momento en que los inventos técnicos permitieron aumentar los medios de producción. Los patronos pedirán la suspensión de estos antiguos reglamentos, mientras que los obreros intentarán defenderse contra el auge de los aprendices cada vez más buscados por los patronos. La extensión de las máquinas reduce poco a poco las cualificaciones personales requeridas: se comprobó, por ejemplo, que la adopción de la lanzadera volante permitía aprender a tejer mucho más rápidamente que con los antiguos telares. 

A finales del siglo XVIII, se multiplican las asociaciones y uniones de trabajadores en la industria textil inglesa: obreros sastres, tejedores, y peinadores de lana, sombreros, papeleros, se agrupan para defender sus intereses. Tomemos el ejemplo de la “Comunidad de los Obreros de la lana” fundada en 1796: percibe cotizaciones que proporcionan los fondos necesarios para financiar su acción. Puede también renunciar ante el Parlamento y pagar a sus abogados. Pero también utiliza medios de represión contra sus propios miembros, no dudando en emplear la violencia si éstos no obedecen las órdenes que reciben. Los que dejan la asociación se exponen a brutales represalias. De este modo, vemos nacer ciertas tácticas que orientarán el sindicalismo anglosajón hacia el sistema de closed shop, es decir, del monopolio de la oferta de trabajo. Pero a finales del siglo XVII nos encontramos muy lejos de esta etapa ya que el Parlamento británico va a reaccionar violentamente contra la agitación obrera prohibiendo las “coaliciones”.

La actitud de los obreros frente a las primeras máquinas no hace sino incitar aún más a las autoridades por el camino de la represión. El miedo al paro provocó reacciones “mecanoclastas” y las destrucciones de máquinas se multiplicaron tanto en el continente como en Inglaterra donde el movimiento de los “ludditas” adquirió proporciones inquietantes entre 1811 y 1812. La violencia obrera fue provocada a la vez por el miedo a las máquinas y por la miseria debida al alza de los precios y a las dificultades de avituallamiento resultado de las guerras napoleónicas. El 5 de abril de 1799, el Parlamento se encuentra con una petición de los constructores de molinos pidiendo protección ante una “peligrosa coalición” obrera formada contra ellos. 

El 17 de junio de 1799, William Pitt presenta un proyecto de ley que será rápidamente votado bajo el nombre de workmen ‘s combination bill. Con esta ley quedará prohibida y se reprimirá cualquier forma de “coalición”. El preámbulo de la ley precisa: “Sabido que un gran número de obreros y jornaleros, en diversas partes del reino, han intentado, mediante reuniones y comisiones ilegales obtener un aumento de salarios y perseguir otros fines ilegales, imponiendo a los culpables un castigo rápido y ejemplar”, pero si votamos esta ley nunca estos hombres podrán con todos los salarios de que prevé Lord Holland subrayó también los riesgos de abuso debidos a la ausencia en el juicio de eventuales coaliciones. “Imaginemos el caso de uno de esa magistrada que, como vecino otro empresario, magistrado como él; vean qué servicios tan especiales trabajos forzados a aquellos de sus obreros que no se sometieron a sus condiciones una verdadera persecución contra las asociaciones obreras. Al no poderse unir para defender sus derechos, los obreros continuarán centrando la ley de 1799. 

Hacia 1822, Francis Place, un sastre, inició una campaña en favor de estudiar las condiciones de trabajo de los obreros. El informe de esta comisión fue favorable al derecho de coalición que fue votado por el Parlamento.

En 1825, los patronos toman conciencia de nuevo de los peligros de la acción sindical debido a las huelgas que van multiplicándose. El gobierno designa una nueva Comisión esencialmente compuesta por tories. Gracias a la atención de Placer y a las presiones de las masas obreras que intentan hacer oír sus voces, el nuevo texto adoptado por el Parlamento, sin ser tan liberal como el primero, reconoce el derecho de asociación a los obreros. Las uniones no pueden ser titulares de derechos civiles y comerciales, pero son admitidas en las negociaciones colectivas. Más de medio siglo antes que Francia, Inglaterra concede así a sus obreros el derecho de asociación. Durante la depresión de los años 1827-1836 las asociaciones se multiplican, pero son demasiado numerosas y demasiado débiles para ser eficaces. Robert Owen inducir a los obreros a agruparse en un único sindicato que verá la luz en 1834. 

Esta great consolidated Trade Union reunirá a 500.000 miembros en algunas semanas. El gobierno reacciona violentamente aplicando una ley de 1797 que prohíbe prestar juramento de obediencia a una sociedad ilegal. En un pueblo de Dorset, Tolpuddle, 6 jornaleros agrícolas que se habían adherido a la Trade Union son condenados a 7 años de deportación. Los patronos obligan a los obreros, en el momento de firmar el contrato, a comprometerse a no adherirse a la Unión. Ésta desaparece en 1835, un año después de su fundación.

Bajo la influencia de hombres tales como Robert Owen y el irlandés O’Connor, la acción obrera entrará en el terreno político con el “chartismo”. El 8 de mayo de 1838, la “Asociación de Trabajadores” (Working Men ‘s Association) publica la “Carta del Pueblo”. Esta carta contiene los principios de la democracia política que debe conducir según sus promotores al socialismo. La democracia política y la democracia social deben darse paralelamente y la primera reivindicación de los trabajadores es el sufragio universal. Los cartistas organizan grandes asambleas obreras que a veces llegan hasta el motín y la huelga.

Entre 1851 y 1875 fueron desarrollándose los sindicatos por oficios. Integrándose en el sistema capitalista que ya no intentarán derribar. Las Uniones quieren ayudar a sus miembros de la manera más eficaz y procurarse que puedan vender su fuerza de trabajo al precio más elevado posible, teniendo en cuenta las condiciones del mercado. Es pues necesario obligar, en la medida de lo posible, a todos los obreros a adherirse a las Uniones y a pagar una cotización. A cambio, se benefician de los fondos de socorro mutuo en caso de enfermedad o de paro. Para que sus gestiones se vean culminadas por el éxito, los jefes sindicalistas entran en diálogo con los patronos acabando por adquirir una mentalidad de empresarios. El sindicalismo inglés y americano de hoy día lleva claramente la marca de esta orientación tomada a mediados del siglo XIX.

Al lado del movimiento sindical se desarrolló, en Inglaterra, el movimiento cooperativo: en 1844 un grupo de obreros, discípulos de Robert Owen, fundan los “Pioneros Equitativos de Rochdale” en Lancashire y formulan las reglas fundamentales en las que se inspirará en el futuro todo el movimiento cooperativo. El desarrollo de las cooperativas de consumo en Inglaterra orientará la estructura de la red de distribución en un sentido desfavorable a los pequeños comerciantes, pero favorable para la estabilidad de los precios y para los consumidores. La economía francesa no pudo beneficiarse de un impulso de este tipo.

Francia

Igual que en Inglaterra, el derecho de asociación está prohibido en Francia a fines del siglo XVI y la acción sindical está condenada. Pero las razones de esta prohibición se relacionan más con las ideas del siglo XVII y de la Revolución de 1789 que con la presión de las transformaciones económicas que por aquel entonces todavía no habían alcanzado el estadio de la revolución industrial propiamente dicha: es la reacción contra los reglamentos de Colbert y las corporaciones lo que anima, en sus comienzos, a los promotores de la abolición. Turgot, partidario del liberalismo económico, había suprimido las cofradías, maestros y corporaciones por un edicto de 1776. Pero ante las protestas de los interesados hubo que establecer los unos meses más tarde.

La Revolución de 1789 abolió todas las trabas que el Ancien Régime hacía soportar a la libertad individual. La ley Alarde de 2-17 de marzo de 1791 proclama la libertad del comercio y de la industria y suprime “todos los privilegios de profesión bajo cualquier denominación”. La ley de Le Chapelier de 14-17 de junio de 1791, suprime las corporaciones y prohíbe las asociaciones. El contrato de trabajo no puede ser más que un contrato individual y la libertad teórica de las partes es total. Como los obreros ingleses, los obreros franceses fueron los que tuvieron que pagar las consecuencias de este liberalismo individual. Añadamos que la ley se decantaba a favor de los patronos y que el obrero parecía de 1746 cada obrero debía poseer su cartilla. Esta norma, suprimida en 1791, se res-policial de los obreros. Abandonada en la práctica durante la Restauración, volvió a adquirir vigencia bajo el Segundo Imperio con la ley de 22 de junio de 1854.

bajo su palabra por lo que se refiere a las cuotas de salarios, al pago del salario del de agosto de 1565 para que se deroga esta disposición y se reconociese la igual. Comuna de Paris, In de una serie de luchas y de levantamientos, seguidos de sanirent meis el derecho de huelga. Pero no fue hasta 1884 cuando se admitió, a partir de 1864, la asociación continuaba siéndolo. El sindicalismo francés, al igual que el sindicalismo alemán, estuvo profundamente capitalista. Sin embargo, los reformistas y los revolucionarios llegaron finalmente al acuerdo de separar la acción puramente política de la acción sindical. En 1906, la Confédération Générale du Travail fundada en Limoges en 1895-rehusó aliarse directamente con el Parti Socialiste Unifié. Lo que no impidió a la C. G. T. precisar, en el art. 2. ° de sus estatutos, que agrupa “a todos los trabajadores conscientes de la lucha a sostener para la desaparición de patronos y asalariados”. También se afirma que el movimiento sindical realizará la revolución a través de la huelga general: “El sindicato, actualmente grupo de resistencia, será en el futuro el grupo de producción y de distribución, base de la reorganización social”. Por último, la C.C.T. es antimilitarista y afirma con Marx que los “trabajadores no tienen patria”. “A la declaración de guerra, los trabajadores deben responder con una declaración de huelga general revolucionaria”. Estas eran las posiciones de la C.G.T. antes de 1914. Muestran perfectamente la herencia socialista y revolucionaria que marca el sindicalismo francés y lo distingue del socialismo británico.

En Alemania, el sindicalismo socialista fue preponderante a partir de la fusión entre los lasallistas y los marxistas en el congreso de Gotha en 1875. Hay que esperar sin embargo a 1881 para que la acción sindical sea plenamente tolerada.

Al lado de los socialistas existía una tendencia liberal que quería trasplantar a Alemania el sistema de agrupación que hizo de los obreros ingleses los obreros mejor remunerados y considerados de Europa. “A raíz de una serie de fricciones entre políticos y dirigentes sindicales, el sindicalismo alemán adoptaría, hacia fines del siglo XIX, una táctica más próxima de la táctica reformista de las Trade-Unions inglesas que de la táctica revolucionaria. Surgía una división del trabajo entre el partido que se esforzaba por conquistar el poder y el sindicato que se ocupaba de mejorar el nivel de vida de los obreros. Entre ambas direcciones, a menudo incompatibles, todavía hoy los responsables sindicales pueden buscar su camino.

La primera Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en Londres el 23 de septiembre de 1864, se enfrentó al mismo problema de orientación. Las Trade-Unions británicas y los proudhonianos franceses deseaban la emancipación de los trabajadores por la educación, el mutualismo y las reivindicaciones económicas. Pero Karl Marx no separaba lo económico de lo político. En su discurso inaugural a la A.I.T. El 28 de septiembre de 1864 declaraba: “La gran tarea de las clases trabajadoras es la de conquistar el poder político”. Redactor él mismo de los estatutos de la A.I.T., precisó su pensamiento y su táctica en el art. 7.°, a: “En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase más que constituyéndose él mismo en un partido político distinto, opuesto a todos los antiguos a través de la lucha económica, debe servir también de palanca en manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores. “Puesto que los amos de la tierra y del capital se amparan siempre en sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y someter al trabajo. Óptica marxista, el sindicalismo debería integrar la acción económica y la acción política.

Type above and press Enter to search. Press Esc to cancel.