Características esenciales de la industrialización americana

Los efectos del dominio económico de Gran Bretaña

Tres obstáculos principales frenaron la industrialización de los Estados Unidos, inmediatamente después de la independencia: el dominio económico de la antigua metrópoli, la escasez de mano de obra y la ausencia de vías de comunicación.

Antes de la independencia, Gran Bretaña había procurado frenar el desarrollo industrial de sus colonias de Nueva Inglaterra. Los ingleses querían conservar a favor suyo la división del trabajo entre la metrópoli, que proporcionaba los productos manufacturados, y las colonias, que exportan las materias primas y los productos alimenticios. El gobierno de Londres exigía a los gobernadores un informe anual sobre la evolución de las manufacturas en la colonia. La historia enseña que algunos gobernadores respondieron que no podían escribir un informe sobre algo que no existía. Sin embargo, los colonos habían conseguido desarrollar la fabricación de textiles y calzado. Lord Cormbury, gobernador de Nueva York de 1701 a 1708, se inquietaba, en un informe dirigido al Board of Trade en 1705, por el desarrollo de la fabricación de textiles de lana en Long Island y en Connecticut. Señalaba a este respecto: “… todas estas colonias que no son más que ramas de un mismo árbol deberían ser mantenidas completamente dependientes y sujetas; a Inglaterra, y esto no será jamás posible si se las deja construir las mismas manufacturas que en Inglaterra… ya que una vez que los colonos puedan vestirse no sólo de manera confortable, sino con elegancia, sin la ayuda de Inglaterra, aquellos que, ya ahora, no se sienten muy deseosos de someterse al gobierno pensarán muy pronto en realizar los designios que llevan desde hace mucho tiempo en su corazón”.” Este pasaje tiene el mérito de resumir claramente la posición británica tendente a hacer de los territorios de América del Norte una fuente manufacturados. Desde mediados del siglo XVII hasta finales del XVIII, se creó todo un nial. Esta legislación fue la continuación lógica de las famosas “Actas de Navegacion extranjeros. Una ley de 1663 impuso unos derechos aduaneros muy elevados sobre los productos importados por las colonias americanas y que no procedían de Inglaterra o que eran transportados en barcos extranjeros. Al monopolio de transportes marítimos, los británicos añadieron el monopolio del comercio al prohibir la exportación de los productos coloniales (azúcar, tabaco, algodón, índigo) a otro país que no fuese Inglaterra. En 1699, los intercambios entre las colonias fueron prohibidos para ciertos productos manufacturados tales como los textiles de lana y los sombreros. En 1733, la Sugar Act impuso unos derechos prohibitivos sobre la importación de melazas procedentes de las Antillas y que se utilizaban en la fabricación del ron. Las Antillas inglesas escapaban a este régimen, pero no proporcionaban más que una quinta parte de la melaza necesaria a las colonias americanas. Los colonos soportaban la doble desventaja que significaban la prohibición sobre la exportación de los productos agrícolas y la política de monopolio de Gran Bretaña. Esta política mercantilista llevó al gobierno británico a aumentar progresivamente los aranceles aduaneros hasta el momento en que estalló la revuelta de las colonias con el célebre teaparty de Boston: el 16 de diciembre de 1773, los colonos echaron al mar la carga de té de los barcos ingleses anclados en el puerto de Boston. Sin embargo, fueron necesarios diez años de sangrientas luchas para conseguir la independencia. La independencia política no podía borrar de un día para otro las consecuencias de una larga dependencia económica. A pesar de la abundancia de recursos y el espíritu de empresa de los colonos, el inicio de la industrialización se vio frenado durante varias décadas. Es cierto que las consecuencias de las guerras napoleónicas y una nueva guerra con Inglaterra, de 1812 a 1814, agravaron las dificultades del joven país. La insuficiencia cuantitativa y cualitativa de mano de obra, la insuficiencia de ahorro productivo y la ausencia de medios de transporte perpetuaron la dependencia con respecto a los fabricantes y banqueros ingleses. En 1787 se fundaron fábricas textiles en Massachussets, en 1788 en Connecticut, en 1807 en Nueva Jersey. La primera quebró durante el embargo de 1807 (el presidente Jefferson había hecho votar por el Congreso el embargo sobre el comercio con Gran Bretaña a consecuencia de la incorporación forzosa de los marinos americanos a la armada inglesa. En aquella época los ingleses no querían reconocer la ciudadanía americana). Las empresas de Connecticut y de Nueva Jersey ni siquiera pudieron empezar a producir, carentes de mano de obra cualificada y de mercados suficientes.

A la industria naciente le era difícil soportar el peso de la competencia inglesa apoyada por un sólido sistema bancario que se especializaba ya en la financiación del comercio internacional. Los Estados Unidos iban a salir mucho más rápidamente de la dependencia industrial que de la dependencia financiera de Gran Bretaña. Volveremos sobre este punto en la parte consagrada a la evolución monetaria. Otro índice del dominio económico inglés nos viene dado por la evolución de los bios revela una indudable asimetría desde el momento en que se compara la disminución procedente de Gran Bretaña se redujeron en un 14% entre 1783 y 1789 con procedentes de los Estados Unidos se redujeron, entre ambos periodos, en un manufacturados ofrecidos por Gran Bretaña mientras que este país podía encontrar con más facilidad nuevos mercados para aprovisionarse de productos agrícolas y de materias primas. Tocqueville, en su obra sobre La démocratie en Amérique, recuerda esta fuerza competidora de Inglaterra: “No hay ninguna voluntad soberana ni existen prejuicios nacionales que puedan luchar contra el buen mercado. Difícilmente podría encontrarse un odio más profundo que el que existe entre los americanos de los Estados Unidos y los ingleses. A pesar de estos sentimientos hostiles, los ingleses proporcionaron a los americanos la mayoría de los objetos manufacturados, por la única razón de que los hacen pagar menos caros que los demás pueblos. La creciente prosperidad de América revierte así, a pesar del deseo de los americanos, en beneficio de la industria manufacturera inglesa”.’ Un testigo insospechado, el príncipe de Bénévent, nos explica en una Mémoire sur les relations commerciales des États-Unis avec l’Angleterre que los americanos efectuaban mucho más comercio con sus enemigos los ingleses que con sus aliados los franceses, ya que podían comprar en Inglaterra más barato y con unos plazos de pago mucho más amplios. Talleyrand escribe en esta Mémoire:“América tiene necesidad de recibir de Europa no solamente una gran parte de lo que consume interiormente, sino también una gran parte de lo que emplea para su comercio exterior. Sin embargo, todos los objetos son proporcionados a América de una manera tan total por Inglaterra, que cabe dudar de que, en la época de la más severa prohibición, Inglaterra gozase con mayor exclusividad de este privilegio con lo que entonces eran sus colonias que ahora, con los Estados Unidos independientes. Las causas de este monopolio voluntario no son por otra parte fáciles de localizar: el volumen de fabricación de las manufacturas inglesas, la división del trabajo, a la vez principio y consecuencia de esta fabricación…, han permitido a los manufactureros ingleses reducir el precio de todos los artículos de uso cotidiano por debajo de aquél al que las restantes naciones han tenido que librar sus productos hasta la actualidad. Además, los grandes capitales de los negociantes ingleses les permiten conceder unos créditos más amplios que cualquier negociante de cualquier otra nación podría hacerlo. El resultado es que el negociante americano que obtiene sus mercancías de Inglaterra no emplea casi ningún capital propio en el comercio y lo realiza casi completamente con capitales ingleses. Es pues en realidad Inglaterra quien realiza el comercio de consumo de América. Entre estos intereses recíprocos y cimentados por una larga costumbre, es casi improbable que una tercera nación consiga intervenir”. Se puede dar como ejemplo otro caso típico de la posición dominante del mercado inglés: Francia concedió una ayuda financiera al gobierno americano para que vistiese a sus tropas, y la suma de dinero fue empleada, no en la compra de tela francesa, sino de tela inglesa, que era más barata. La transacción tuvo lugar en Holanda de donde la tela fue exportada a los Estados Unidos.

Sin embargo, los americanos han manifestado una notable aptitud para vencer las dificultades, y el espíritu de empresa nunca ha abandonado a este pueblo de pioneros. No solamente supieron adaptar los inventos británicos, sino que tuvieron sus propios inventores en su revolución industrial.

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