Desde principios de este siglo la economía americana es la primera del mundo, tanto por el volumen de su producción como por la productividad de su industria. Este éxito merece una atención particular y nos invita a investigar las causas y las características esenciales de la industrialización de los Estados Unidos. El 3 de septiembre de 1783, el Tratado de Versalles permitía acceder a la independencia a las trece colonias americanas de Inglaterra. El 17 de septiembre de 1787, la Convención de Filadelfia adoptó la Constitución de los Estados Unidos, y el 4 de marzo de 1789 entraba en funciones el primer gobierno federal bajo la presidencia de George Washington. País nuevo, dotado de recursos casi ilimitados y de una población de colonos e inmigrantes, los Estados Unidos iban a prestarse fácilmente a todas las empresas susceptibles de mejorar las técnicas de producción. El melting pot americano estaba compuesto por una población relativamente joven y heterogénea. Este cruce de razas y de religiones, bajo el predominio anglosajón, iba a mostrarse extraordinariamente favorable al espíritu de empresa. Los que tuvieron la suficiente valentía para dejar su país y correr los riesgos de un viaje peligroso y de un país desconocido, necesariamente debían poseer unas cualidades y una capacidad de adaptación superiores a la media. René Rémond escribe: “La población de las colonias inglesas de América orientó muy pronto su destino. Estaba compuesta por elementos dispares, principalmente venidos de Inglaterra, pero también de las Provincias Unidas, de Escandinavia, de Alemania y de la misma Francia, a los que no vinculan ni su condición social ni sus creencias. El malhechor se hallaba junto al segundón de buena familia, el católico junto al puritano… Sin embargo, existía una comunidad entre ellos: la heterogeneidad de las aportaciones no impidió el nacimiento de sociedades nuevas, fuertemente constituidas. La inseguridad que los rodeaba forjaba su cohesión… Favoreció la acción de fuerzas internas que, a partir de elementos dispares empezaron a formar un pueblo nuevo, prefigurando ya el famoso melting pot del siglo xix. De estas fuerzas unificadoras, las más eficaces resultaron ser las fuerzas religiosas: en los mismos orígenes de la América anglosajona ya está presente y actúa el factor religioso. Los emigrantes a menudo obedecían a motivos de conciencia: fue para vivir de acuerdo con su fe, para escapar a las autoridades que pretendían prohibirles, que ingleses y escoceses no conformistas, pasajeros del Mayflower y hugonotes franceses afrontaron los peligros de la travesía”. Éstos son los orígenes de las poblaciones que fundaron los Estados Unidos, y sería imposible comprender el auge económico de este país sin previamente hacer referencia a sus orígenes. Un pueblo nuevo en un país nuevo; pero un pueblo en reacción contra la sociedad de la que había surgido y en lucha para vencer los peligros de una tierra desconocida y que
había que conquistar: éstas son las características fundamentales de la sociedad americana. Una sociedad de pioneros como ésta no puede menos que estar dotada de un gran espíritu de empresa. Las desigualdades de fortuna no reflejaban, como en Europa, una secular oposición entre clases sociales. Los Estados Unidos no tuvieron que soportar el peso del feudalismo. La mezcla de poblaciones no hizo sino crecer a lo largo del siglo xix con las sucesivas oleadas de inmigrantes; sin embargo, la presión demográfica fue también resultado de los movimientos conjugados de la natalidad y de la mortalidad.
Estudiaremos la evolución demográfica teniendo en cuenta la extensión territorial y el movimiento hacia el Oeste. La “frontera” ha tenido una trascendental importancia en la historia económica y política de los Estados Unidos. Veremos a continuación los comienzos de la industrialización en el nordeste del país. Los Estados Unidos tomaron de Inglaterra los primeros descubrimientos técnicos, pero los inventores americanos aportaron su propia contribución y orientación, desde el principio, a la ulterior evolución de la economía americana.
Recordemos finalmente el camino recorrido por la economía americana desde su dependencia con respecto a Inglaterra y Europa hasta alcanzar su posición dominante, adquirida de manera irreversible en la época de la primera guerra mundial.
