Las actividades económicas pueden ser, según el ámbito en que se desenvuelven: (a) puramente individuales, cuando las ejerce un individuo aislado, sin vinculación con sus semejantes;(b) familiares, cuando tienen lugar en el seno de una familia, sin vinculaciones extra familiares;(c) sociales, cuando trascienden los límites de la familia, como ocurre generalmente. Cada una de las tres clases mencionadas configura un tipo de economía, entendiendo por esta palabra como se ha venido haciendo hasta ahora un conjunto de actividades económicas. Es decir, que puede haber economía individual, economía familiar y economía social.
La misma palabra economía designa también el estudio científico de esas actividades. A cada uno de los tres tipos de éstas corresponde un tipo distinto de disciplina científica: hay o, mejor dicho, puede haber, una economía individual, una economía familiar o doméstica y una economía social; esta última se denomina también, por razones históricas, economía política. De las tres economías posibles, la tercera es la única que existe como ciencia. De ahí que también se la llame ciencia económica o economía sin ningún calificativo. Después de todo lo dicho hasta ahora, puede ser definida así: ciencia que estudia las actividades humanas dirigidas a la obtención de cosas sensibles, desde el punto de vista de la relación entre el costo y el producto, y en cuanto se trate de actividades que den lugar a relaciones sociales.
Evolución del pensamiento económico
La actividad económica es, por supuesto, tan antigua como la propia existencia del hombre. Es natural también que desde los primeros tiempos haya suscitado ideas y criterios acerca de su explicación y orientación. Aquí sólo se hará referencia a los planteos de mayor importancia, especialmente aquellos que han encarado la actividad económica en conjunto. Por otra parte, aunque tales ideas y criterios sean antiguos, no llegaron a configurar una verdadera ciencia económica hasta época reciente, hace apenas dos siglos. Hasta entonces las doctrinas de carácter económico eran generalmente aplicaciones de la moral y la política, con inspiración religiosa a menudo. A pesar de ello, esas doctrinas no son desdeñables, y algunas proporcionan valiosos elementos para la actual ciencia de la economía.
El hombre y las cosas en las economía
El Hombre y sus Necesidades. El hombre es el sujeto de la actividad económica. Nunca debe ser considerado como mero objeto de ella. A la vez, el hombre es el fin de la economía. Esta ha de servirle para su subsistencia y su en lo físico como en lo perfeccionamiento realizan la actividad económica le ayude a que aumentar sus conocimientos y tener su salud, a mejorar su voluntad, y no a degradarlo en cualquiera de estos aspectos. Es evidente que la realidad no siempre se ajusta a las normas mencionadas.
El hombre experimenta carencias, requeridas, y pueden clasificarse atendiendo a distintos criterios: Según las potencias del hombre en que se originan: físicas o corporales, espirituales o anímicas. Según estén o no de acuerdo con las verdaderas exigencias de la naturaleza humana: normales y anormales. Estas últimas son necesidades por defecto de la inteligencia o de la voluntad. De las diversas clases mencionadas, interesan a la economía las necesidades físicas y espirituales, sean normales o no, que se satisfacen con cosas materiales externas escasas y/o con actos que ordinariamente dan lugar a una compensación mediante dichas cosas. Tales necesidades se denominan económicas.

Las necesidades económicas, a su vez, pueden ser llamadas también “primarias” o “de primer grado”, son imprescindibles para la vida; comprenden la alimentación y el abrigo, abarcando este último el vestido y la habitación. Se trata de necesidades físicas, que no son específicamente humanas, sino propias de todos los animales. Presentan un alto grado de rigidez. Las necesidades “de civilización”, denominadas asimismo “secundarias” o “de segundo grado”, son todas las demás que el hombre experimenta y también las de alimentación, vestido y vivienda en cuanto excedan de un cierto nivel. Pueden ser físicas o espirituales, y resultan específicamente humanas. Su rigidez es menor que la de las primarias, es decir, que son más elásticas.
Presentes y futuras. Estas últimas se originan en la facultad de previsión y constituyen una de las causas del ahorro, que tanta importancia tiene en la economía. Concurrentes, es decir, reemplazables unas por otras, sea en sí mismas o, más bien, en cuanto a los objetos que las sacian. Por ejemplo, la necesidad de distracción puede satisfacerse mediante la lectura, o el deporte, o un espectáculo cinematográfico, etcétera.
Complementarias, cuando una suscita otra. Así, la necesidad de habitación ocasiona sucesivamente la de mobiliario, la de servicio doméstico, etcétera. Es importante recordar que las necesidades del hombre resultan ilimitadas por su repetición y, sobre todo, por su variedad. En efecto, cambian según las personas, los tiempos, los lugares, las edades, la educación, las costumbres, el medio físico, etcétera. En general, tienden a multiplicarse indefinidamente, lo cual es quizás el rasgo más llamativo (aunque no siempre el más importante) del progreso humano. La repercusión de esta tendencia en la actividad económica es evidente. Pero las necesidades humanas son también limitadas desde el punto de vista de su capacidad de satisfacción. Precisamente esto es lo que exponen las ya citadas leyes de Gossen, que deben su nombre a un economista alemán del siglo XIX. Tales leyes que, según se hizo notar anteriormente, son más bien psicológicas, aunque con repercusión económica fueron denunciadas por su autor, en el año 1854, en la obra Desarrollo de las leyes del comercio humano, como se indica seguidamente:
1.“La magnitud de un placer, cuando lo satisfacemos de modo continuo e ininterrumpido, decrece hasta la saciedad.”
2.“Análogamente decrece la magnitud del placer cuando el mismo, antes satisfecho, se repite. No sólo disminuye su magnitud, sino que es también inicialmente más pequeña y la duración de la sensación placentera más breve.”
