Ciertos territorios se enfrentan a un panorama complicado que impacta directamente en su desarrollo.
La economía mundial se encuentra frente a múltiples desafíos, pero pocos tan complejos y estructurales como los que tienen los países en desarrollo: la situación climática, la presión de la deuda externa y la necesidad de crecer para mejorar las condiciones de vida de millones de personas.
Este triple dilema no solo amenaza con parar el progreso económico, sino que pone en riesgo la estabilidad social y ambiental de diversas regiones.
La triple amenaza para los países en desarrollo
Los impactos del cambio climático se están manifestando con particular severidad en países del sur del mundo. Inundaciones, sequías, ciclones y fenómenos extremos afectan impactan en la productividad agrícola, deterioran infraestructuras críticas y generan desplazamientos forzados.
El Banco Mundial indica que los países en desarrollo podrían perder hasta un 10% de su PIB anual para 2050 si no se toman medidas urgentes de adaptación y para minimizar riesgos.
Sin embargo, para aplicar estas medidas se necesitan grandes inversiones. Solo en infraestructura resiliente al clima, el financiamiento necesario podría superar el 3% del PIB anual de muchos países en desarrollo.
Por ello, las economías emergentes se enfrentan a un gran dilema entre invertir en adaptación climática o destinar esos recursos a salud, educación, o infraestructura productiva.
Luego, la segunda preocupación es direccionada a deuda pública de los países en desarrollo, ya que alcanzó niveles históricamente altos. La pandemia de COVID-19 obligó a muchos gobiernos a aumentar el gasto público para contener la crisis sanitaria y proteger sus economías, llevando a un aumento acelerado del endeudamiento.
Más del 60% de los países de ingresos bajos y medianos enfrenta riesgos de sobreendeudamiento, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). A esto se le complementa el endurecimiento de las condiciones financieras globales.
Con las tasas de interés internacionales en aumento y el fortalecimiento del dólar, el servicio de la deuda se encareció drásticamente, absorbiendo presupuestos nacionales. En muchos casos, los pagos de deuda superan la inversión pública en sectores como educación o infraestructura.
Mientras se enfrentan a estos desafíos estructurales, los países en desarrollo no pueden dejar de lado una prioridad: el crecimiento económico. La reducción de la pobreza, la generación de empleo y la mejora en la calidad de vida necesitan tasas de crecimiento sostenidas y sostenibles.
Pero la combinación de restricciones fiscales, vulnerabilidad climática y acceso limitado al financiamiento puede generar un ciclo de bajo crecimiento y alta desigualdad.
Además, la transición energética podría generar más gastos. Sectores como el petróleo, el gas o la minería representan aún una proporción importante del PBI y de las exportaciones de muchas naciones.
En este sentido, el especialista financiero Fernando Boudourian asegura que “los mercados emergentes presentan grandes oportunidades, pero también desafíos”.
Ante este escenario, se plantea la necesidad de repensar el contrato financiero global. Una propuesta concreta que ha ganado fuerza es el impulso de canjes de deuda por clima (“debt-for-nature swaps”).
Mediante estos mecanismos, parte de la deuda externa de un país es perdonada o reestructurada a cambio de compromisos verificables en protección ambiental y adaptación climática. Asimismo, se discute la posibilidad de establecer una nueva línea de financiamiento multilateral enfocada exclusivamente en la resiliencia climática, Lo cierto es que este triple dilema de clima, deuda y crecimiento no puede resolverse dentro del marco tradicional de política económica y cooperación internacional. Para ello se necesita una respuesta coordinada, ambiciosa y estructural. La próxima década será crucial para rediseñar las reglas del juego.
