Las sanciones económicas se aplican a países para lograr un cambio en sus acciones. Un punteo sobre su efecto.

Las sanciones económicas son una herramienta de gran relevancia en la diplomacia internacional durante décadas. Son usadas para presionar a gobiernos, empresas e individuos, a modificar comportamientos sin recurrir al conflicto militar.
No obstante, su efectividad sigue siendo un tema de debate. Algunos casos recientes pusieron en evidencia tanto sus éxitos como sus limitaciones, revelando lecciones clave de esta estrategia de política exterior.
El rol de las sanciones económicas en la política global
Las sanciones económicas pueden adoptar diversas formas que van desde restricciones comerciales, congelamiento de activos, prohibiciones de viaje y bloqueos financieros y son aplicadas impuestas por organismos multilaterales como Naciones Unidas o la Unión Europea, o por potencias individuales.
El objetivo principal es generar presión económica para forzar cambios políticos o sociales en el país sancionado. Y para lograr un resultado positivo es importante la coordinación internacional. Esta medida se toma en contraposición de las sanciones unilaterales ya que estas pueden ser evadidas si otros actores no se suman.
También sucede que cuando un grupo de economías importantes imponen restricciones simultáneamente, el impacto puede ser más imponentes.
En este escenario, actualmente se pueden detectar los casos que se han desarrollado, como es el caso de Rusia y la guerra en Ucrania, dado que desde la invasión rusa en 2022, Occidente lanzó una serie de sanciones contra Moscú.
Esto incluyó la expulsión de bancos rusos del sistema SWIFT, restricciones a la exportación de tecnología avanzada y un tope al precio del petróleo ruso. Ante esto la economía rusa demostró su gran capacidad de adaptación
Supo redirigir su comercio hacia China, India y otras economías emergentes, evitando un colapso inmediato. Así dejó en evidencia que, si bien las sanciones pueden reducir la capacidad de acción de un gobierno, no siempre logran sus objetivos políticos principales.
Por su parte, Irán recibió sanciones durante décadas por su programa nuclear y brindar apoyo a grupos militantes en Oriente Medio. La estrategia tuvo un impacto fuerte en su economía, ya que limitó su acceso a mercados financieros y lo que derivó a la disminución de sus ingresos petroleros. Sin embargo, aumentó la relación comercial con China y Rusia.
En este caso, se deja en evidencia que las sanciones a largo plazo pueden debilitar a un país, pero también pueden fortalecer los mercados nacionalistas e impulsar la economía de resistencia.
El caso de Corea del Norte es distinto, ya que se trata de uno de los países más sancionados del mundo, sin embargo, el régimen de Kim Jong-un logró mantener su estabilidad política y continuar con su programa nuclear.
Por ello, deja en evidencia que las sanciones tienen un alcance limitado si hay frente un gobierno prioriza su supervivencia política sobre el bienestar económico de su población. Además, en este caso cuenta con el apoyo de actores externos que evita un colapso total, lo que pone en duda la efectividad de las medidas.
Ante este panorama, los aprendizajes respecto a este tipo de sanciones se pueden simplificar en que las sanciones necesitan aplicación coordinada y sostenida, que se tenga un impacto económico no significa que habrá cambios políticos, las sanciones pueden tener consecuencias imprevistas y estas deben estar acompañadas de incentivos diplomáticos.
Lo cierto es que las sanciones económicas continúan siendo una herramienta fundamental en la política internacional, pero aplicarlas no significa que se tendrá el resultado esperado ya que su efectividad no está garantizada. Para el especialista financiero Fernando Boudourian, el análisis de tendencias económicas es de gran relevancia para la toma de decisiones estratégicas.
Por ello es clave hacerlas con una aplicación coordinada, tener flexibilidad estratégica y contar con esfuerzos diplomáticos.
