El “liberalismo” del capitalismo industrial, en sus comienzos, se centró esencialmente en las condiciones de contratación de la mano de obra obrera. En nombre de la libertad individual, el Estado y las clases poseedoras rehusaron otorgar al obrero una protección legal, susceptible de limitar las horas de trabajo o de autorizar las asociaciones. En el terreno económico la libertad individual solamente tiene sentido y alcance en la medida en que está dotada de un poder. Este poder pertenece a los que poseen los instrumentos de trabajo (capital) o a la autoridad pública. Puesto que a principios del siglo xix los obreros no poseían ni una cosa ni la otra, se encontraban a merced de sus patronos. La mejor prueba es el cuadro que acabamos de trazar.
El liberalismo económico que se traduce por la no intervención del Estado en las condiciones de trabajo y por la prohibición de las asociaciones obreras, origina un sistema de explotación del más débil por el más fuerte, de los obreros por los patronos. Estos últimos se encuentran protegidos de todo poder compensador procedente de los obreros: el precio de la libertad individual de los poseedores del capital es la completa eliminación de la libertad individual de aquellos que no tienen para ofrecer en el mercado más que su fuerza de trabajo. El nacimiento de una protección de los obreros se efectuó con luchas que marcaron profundamente el siglo XIX. Las conquistas obreras tuvieron lugar en una doble dirección: la reglamentación del trabajo y el sindicalismo.
El nacimiento del derecho laboral
El caso inglés
Seguramente el punto de partida del derecho laboral fue la ley inglesa de 22 de junio de 1802. Pretendía, tal como hemos visto, reprimir los abusos señalados en la explotación del trabajo de los niños. Contenía antes que nada unas prescripciones sanitarias: los talleres debían ser lo suficientemente aireados, y las paredes y los techos encalados dos veces al año. Los dormitorios de los niños y de las niñas debían estar separados y cada niño debía tener su cama. La jornada laboral se limitaba a 12 horas, entre las 6 de la mañana, o antes, y las 9 de la noche como máximo. Los patronos se veían obligados al menos en el texto legislativo a instruir y educar a los niños. El tiempo necesario para esta instrucción debía tomarse de las horas de trabajo. Se preveía una inspección que dependía de los jueces de paz del condado. Estos designaban a dos inspectores (un magistrado y un miembro de la Iglesia anglicana) que podían entrar en las fábricas a cualquier hora y que estaban encargados de entregar al juzgado un informe trimestral. Se aplicaban multas de 2 a 5 libras para castigar las infracciones, y los patronos que rehusaron recibir a los inspectores o intentaban entorpecer su misión podían ser castigados con multas de 5 a 10 libras.
Esta ley, que en el momento de ser votada, pasó totalmente inadvertida y que prácticamente no se aplicó, jugó posteriormente un importante papel como guía y precedente en las legislaciones laborales. En efecto, se trata del primer texto en el que se haya plasmado el principio de una inspección del trabajo. Ninguna ley es susceptible de ser respetada si al mismo tiempo el legislador no instituye un mecanismo de inspección. Los británicos sentaron aquel principio en su primera reglamentación del trabajo.
Ciertamente, Robert Peel y los miembros del Parlamento de Westminster, no tenían intención de llevar muy lejos la experiencia y no apuntaban más que a las grandes fábricas. Al principio, los patronos protestaron contra lo que denominaban un “atropello a su libertad” (petición de los hiladores de Manchester en el Parlamento el 11 de febrero de 1803), pero posteriormente encontraron la manera de Durtain ley: les bastaba con contratar obreros jóvenes stn firmar un contrato. Por otra parte, los inspectores no demostraron muchos ejercicios de sus funciones, por solidaridad de clase. Por último, Jamás se procedió a la exposición que se había exigido. De esta manera del texto de la ley en todos los talleres, a pesar de que los obreros no conocieron sus derechos más que con muchos retrasos.
Una aplicación limitadísima, con ella se dio un nuevo paso, sostenido por ciertas corrientes de opinión y respondiendo a las necesidades de los trabajadores. En 1819, del algodón y limitó a 12 horas la jornada de trabajo de los menores de 16 años. Pero hubo que esperar hasta 1833, con la ley sobre las fábricas, para que se regulará a la industria textil, creaba unos inspectores de trabajo permanentes y remunerados 9 horas y se prohibía el trabajo nocturno a los menores de 18 años. Los patronos debían organizar la enseñanza de los niños durante dos horas diarias. Las resistencias que se ofrecieron a este nuevo texto no fueron completamente inútiles, pero, poco a poco, quedaba mejor asegurada la protección de los obreros en Inglaterra.
Una ley de 1844 intentó remediar los accidentes de los que eran víctimas en las fábricas las mujeres y los niños. A partir de esta fecha las máquinas tuvieron que tener medios de protección en los puntos más peligrosos y se prohibió que las mujeres y los niños realizarán trabajos de limpieza de una máquina en marcha. Por último, el trabajo de los niños se redujo a la mitad, dedicándose media jornada a la escuela. Los inspectores de trabajo podían revocar a los maestros incompetentes. Éstas fueron las primeras etapas de la legislación laboral británica, a través de Ias cuales puede descubrirse una toma de conciencia por los problemas sociales por parte de las clases dirigentes y una tendencia a humanizar la disciplina de las fábricas.
El caso de Francia y de Alemania
La Revolución de 1789 abrió paso al liberalismo individualista al romper el antiguo sistema corporativo. La ley de Le Chapelier de 14-17 de junio de 1791 decidió “la desaparición de todos los tipos de corporación” y prohibió su reconstitución. Tanto en Francia como en Inglaterra, la preocupación por la libertad individual se plasmó en detrimento de los obreros que se encontraban entonces sin protección sindical ante el poder total de los patronos. La primera ley que reglamentó el trabajo en Francia data del 22 de marzo de 1841: según los términos de la ley, los niños menores de 8 años no podían trabajar más de 8 horas diarias; de 12 a 16 más de 12 horas. Esta legislación, más dura que la inglesa, tuvo un alcance muy limitado al carecer de un sistema de inspección.
Habría que esperar hasta la revolución de 1848 para ver avanzar al derecho laboral la legislación laboral, votada a principios de año, fue abolida El 28 de febrero ros estaban representados y, bajo sus auspicios, la ley de 2 de marzo de 1848 redujo represión de junio, las derechas de la Asamblea constituyente hicieron votar en septiembre de 1848 una enmienda que aumentaba la jornada de trabajo de 10 a 12 horas. Napoleón III tuvo más influencia sobre el derecho sindical que sobre el derecho laboral, al suprimir, por la ley de 25 de mayo de 1864, el delito de coalición. Habría que esperar hasta la III República para que se realicen nuevos avances en el campo de la duración y de las condiciones de trabajo. Las leyes de 19 de mayo de 1874, de 2 de noviembre de 1892, de 30 de marzo de 1900 regulan la duración del trabajo. La ley de 12 de junio de 1893 fija las condiciones de higiene y seguridad en el trabajo; la ley de 13 de julio de 1906 organiza el descanso semanal.

Se encuentra en los restantes países capitalistas la misma tendencia general hacia una mejora de las condiciones de trabajo durante el siglo XIX. En Alemania, reformadores sociales como Buss, industriales como Harkort, un obispo, Mgr. Ketteler, denunciaron los abusos del capitalismo al mismo tiempo que Marx y Engels. Harkort rehúsa desde 1844 emplear a niños, reclama la limitación de las horas de trabajo, propone la creación de cooperativas de consumo obrero, desea que las empresas distribuyan entre sus obreros una parte de sus beneficios. Prusia prohíbe, a través de una ley de 1839, el trabajo de los niños menores de 9 años. Los menores de 16 no pueden trabajar el domingo, y su jornada de trabajo se limita a 10 horas. Contrariamente a la ley inglesa de 1833, que no se aplicaba más que a la industria textil, la ley prusiana de 1839 se extiende a todas las empresas. En 1853, una nueva ley fija en 10 años la edad mínima exigida para poder trabajar en una fábrica o en una mina. En 1854, esta edad mínima se aumentaría a los 11 años y luego, en 1855, a los 12. Los menores de 14 años no trabajan, legalmente, más que 7 horas al día y en adelante unos inspectores cuidarán de que se aplicase la ley de 1853.En los Estados Unidos, a partir de 1848-1850, los diferentes Estados adoptarán textos legislativos encaminados a reducir la jornada de trabajo.
Pero sería imposible disociar el nacimiento y la evolución del derecho laboral del movimiento obrero en general. La clase obrera no permaneció inactiva y su historia es la de una larga lucha cuya primera etapa fue la conquista del derecho brutal y la satisfacción dada a las reivindicaciones. Durante la primera mitad del siglo XIX recurrieron a menudo a la primera solución.
